El tema del mal tiene como punto de inflexión importantísimo la obra de San Agustín, quien vive en el tránsito del mundo antiguo al mundo medieval. El de Hipona intentó explicar por qué, si Dios es omnipotente, existía el mal en nuestra dimensión. San Agustín justificó en principio la presencia del mal a partir de la corrupción de la creación divina, es decir, el mal comenzó a existir a partir de que se corrompió el acto creador de Dios. Dos eran los responsables de dicha corrupción: los ángeles y los humanos (entiéndase la carga negativa de la mujer, el Pecado Original…), seres que disfrutaban de la capacidad del libre albedrío (capacidad de elección). De esta forma Dios no sería responsable del mal. San Agustín pone especial énfasis en la responsabilidad máxima de Eva, nexo entre el diablo y el hombre. En Contra Fortunatum Manichoeum dice: “Dios no es el padre del Mal (…) el mal existe por el pecado voluntario del alma, a la que Dios dio libre albedrío” (libre albedrío y Satanás como responsables de la corrupción de la obra de Cristo). La corrupción de la obra de la Creación se explica a partir del binominio sexo y/o arrogancia de espíritu (soberbia, acto de querer ser más de lo que uno es).
En cuanto al diablo se podría hablar de ángeles caídos. Existe una dualidad entre diablo y demonio. En el diablo propiamente dicho estaría representado el principio del mal. En cuanto a los demonios, en ellos se incluyen las deidades paganas y los espíritus de la naturaleza.
Por otra parte según la Biblia el infierno (el She´ol hebreo) se encuentra bajo la Tierra. Algunas hipótesis de trabajo ven como trasfondo del mundo subterráneo la fertilidad.
A lo largo del cristianismo se observa una tendencia hacia la reunificación de personalidades (unidad del principio del mal): Belial, Masterna, Azazel, Satanail, Sammael, Jemyaza… diablos hebreos que tienden a confluir en Satán (= “oponer”, “obstruír”, “acusar”) .
Una referencia muy presente en la época que nos toca tratar son los comentarios al Apocalipsis del Beato de Liébana, obra en la cual se recoge un corpus iconográfico muy importante para la figura del diablo. El tema del Apocalipsis, de la lucha entre el bien y el mal está también presente en los rollos del Mar Muerto (en concreto en el rollo de la Guerra, IQM 1:1,2). En cualquier caso hasta ese momento Satán está completamente suelto, y en este sentido hay pasajes de la Biblia en los que esta situación se subraya: “El Señor le preguntó: -¿De dónde vienes?-. Él respondió: -De dar vueltas por la Tierra-“ (Job 1,7).
En todo este contexto es muy interesante el tema de la metamorfosis del mal (cómo se manifiesta Satanás). El arte del engaño pasa por el equívoco, por la trampa. Crodegango de Metz en Regulae canonicorum, 86 escribe lo siguiente: “Se debe advertir a los clérigos canónicos que sean cautos para que no los engañen las astucias del demonio con fantasías falaces. La aparición del diablo, en efecto, se da también entre los clérigos”. Raoul Glaber en su Historiarum Libri Quinque (ca. 1030) nos habla de su “encuentro” con Satán, de quien proporciona una minuciosa, impactante y terrorífica descripción con el fin de infundir miedo en el lector.
También la literatura patrística es tremendamente insistente en la asociación entre ídolos paganos y Satán. Así pues por ejemplo Cipriano de Cartago, en De idolorum vanitate (ca. 249-258) dice: “(…) idola gentium sunt daemonia (…)”.
Todos los elementos apotropaicos que existen en las puertas (recuérdese por ejemplo el ángel, escudo en mano, de la fachada occidental de Perrecy les Forges, ca. 1130) tienen como misión ideal espantar el mal.
Un atributo que suele aparecer frecuentemente asociado con el diablo son los cuernos sobre la cabeza. En realidad se trata de la absorción de otro elemento pagano, aunque positivo en origen puesto que era atributo divino. En este sentido por ejemplo se sabe de la existencia de medallones con la efigie de un Alejandro Magno “cornudo”. El cristianismo sin embargo, una vez se apropia de este elemento lo negativiza, asociándolo a lo negativo, a lo satánico. Junto con el tema de los cuernos está el tratamiento que el cristianismo hace del dios pagano Pan, deidad asociada a la naturaleza, a la fecundidad. Pan se va a convertir en el soporte final de la morfología del diablo debido a su fuerte carga sexual. En la iconografía clásica Pan se representaba con patas de cabra y cuernos. Vivía en la Arcadia, un lugar tanto físico como psíquico. El neoplatonismo identifica a Pan con las cavernas de la psique (donde en la psique habita el pánico, el miedo, el sexo está Pan). En otras palabras, lo más material, lo más primario del ser humano se acaba identificando con la figura de Pan. Detrás de todo esto podríamos establecer una asociación con lo dionisiaco recordando que Pan formaba parte del cortejo de Dioniso.
Siguiendo con la morfología del diablo hay dos elementos a tener en cuenta:
- el elemento aéreo (recordemos que Satanás era un ángel caído)
- la deformidad (deformitas): la mueca/la risa
La deformidad tenía por finalidad el infundir miedo. A este respecto la mueca y la risa son consustanciales al diablo y la literatura patrística es bastante insistente sobre ello (demonización de la risa y de la mueca). En lo que se refiere al elemento aéreo en el corpus iconográfico románico el diablo puede aparecer caracterizado con alas plumíferas, estéticamente positivas; no obstante lo normal es que el diablo aparezca con las alas propias de murciélagos o vampiros (seres nocturnos). En este sentido por ejemplo en el Salterio de Utrecht (ca. 841) nos encontramos con este tipo de seres malévolos con alas siniestras.
Importante es también la morfología del cadáver, muy frecuente en el románico. Se trata de la representación de seres con cuerpos en estado de putrefacción, con la musculatura y las vísceras perfectamente visibles. Así pues por ejemplo en un capitel de San Isidoro de León unos seres diablescos en descomposición agarran a unas mujeres asociadas a la lujuria (se acompañan de serpientes).
Al mismo tiempo dentro de la morfología del mal, al igual que existe la Dextera Domini, también existe de forma excepcional la representación de la mano del diablo. En el dintel de la portada occidental de St. Lazare d´Autun se muestran las manos del maligno sujetando a un individuo. En este sentido cabe decir que el diablo aparece muchas veces asociado a su opuesto, es decir, a Cristo. Precisamente Cristo es la referencia para superar al mal, al diablo. Una de las iconografías más rotundas al respecto de la derrota del mal por parte de Cristo aparece en el ya estudiado tímpano de Jaca (“Pisotearás al áspid y al basilisco y hollarás al león y al dragón”). También en la contracubierta de los evangelios carolingios de Lorsch se nos muestra la figura de Cristo pisando al basilisco.
Uno de los relatos en los que aparece Satanás en sus variadas morfologías es en el pasaje sobre las tentaciones de Cristo en el desierto, recogidas en Mateo 4, 1-11.
En ocasiones el diablo se muestra como un animal. Así pues por ejemplo en el tímpano de Platerías el diablo aparece como simio. Cabe recordar que la imagen negativa del hombre era la del mono. Se trata pues de manifestar lo más primario (el individuo sujeto completamente a las pasiones mundanas). En otras ocasiones es frecuente que el diablo se represente con pico y cresta, como un ave. Finalmente otras veces el diablo se nos muestra con el pelo puntiagudo. Así es como aparece por ejemplo en un capitel de la iglesia de San Pedro de Souvigny. También en St. Androche de Saulieu (1125-35) el demonio presenta el pelo puntiagudo y, a su vez, un aspecto cadavérico. Es importante señalar que todo este corpus iconográfico se va reduciendo a medida que nos adentramos en la Edad Media, quedando al final todo ello condensado en la imagen de Pan.
El exorcismo
Cristo realizaba exorcismos (Lc. 9, 37-43). Lo mismo hacía el hombre santo (véase por ejemplo la vita de San Rosendo, ca. 1170-80, o la de Sta. Radegunda). Los exorcismos están a la orden del día en la literatura medieval. Es fundamental subrayar que en la época patologías como por ejemplo ataques epilépticos o ciertos problemas mentales se asociaban con posesiones diabólicas.
Es habitual la representación de la expulsión del Maligno por la boca del exorcizado, en ese grito de ultratumba. Ejemplos de este iconograma lo tenemos en las puertas de la catedral de Guiezno o en la vita de San Millán.
El espacio demoniaco: el infierno
En el Nuevo Testamento hay referencias varias al infierno (véase por ejemplo Mc. 9, 41-49). Se habla básicamente de un lugar en llamas. El fuego eterno es algo consustancial a casi todas las representaciones infernales. También es frecuente que aparezca una gran boca infernal (Leviathán), tal y como vemos por ejemplo en Conques.
Dentro del infierno se produce una tortura infinita. En un capitel del Pórtico de la Gloria se muestra una de las “formas” de neutralización del pecado de la soberbia: la extracción de la lengua. Un diablo arranca a un condenado con unas tenazas el apéndice lingual. También en uno de los capiteles exteriores del palacio de Estella aparece un diablo con apariencia de ave y el fuego eterno.
Es curioso incidir en el hecho de que las torturas que se reflejan en la iconografía románica eran similares a las realizadas en la época (es decir, la iconografía es un reflejo de la tortura física real).
El diablo y la mujer
En la iconografía y en la patrística en general se intensifica el dogma de que la mujer tiene un mayor contacto con el diablo. A este respecto hay mucha iconografía en donde aparece la mujer en su papel lujurioso con el diablo (véase Moissac).
Expansión del concepto de aquelarre/Sabbat: el comercio humano con el diablo
Pablo de Chartes (siglo XII) dice al respecto de las “reuniones o fiestas” con el diablo, seguramente fundamentándose en celebraciones de tipo pagano: “Se reunían en ciertas noches en una hora determinada y cada uno de ellos llevaba una vela en la mano. Recitaban los nombres de los demonios como en una letanía hasta que, súbitamente veían aparecer al diablo con la forma de un animal”.
En relación con el aquelarre, con las reuniones con el diablo es muy interesante el tema de la magia, entendida como vestigio de paganismo. En los Hechos de los Apóstoles 8, 9-20 aparece el referente de Simón el Mago, individuo contemporáneo de Cristo que se dedicaba a hacer prodigios naturales (que no milagros), contando con el apoyo de Satanás. Este personaje siempre se representa como un individuo que está intentando volar y cae en picado ante el diablo. En un capitel apilastrado de Autun el diablo parece estar agazapado para, una vez caído Simón, cazarlo. Simón el Mago personifica la condena a la magia, al prodigio no cristiano. A este tipo de personajes acudía gente buscando solución a sus problemas de salud, en curaciones detrás de las cuales se veía la figura del diablo. Esto era condenado por el cristianismo, cuyas únicas vías de sanación radicaban en la medicina tradicional o en el poder taumatúrgico del hombre santo.
Muy interesante es el tema del pacto con el diablo. Hay multitud de testimonios escritos de pactos diabólicos. El pacto con el diablo lo cual vimos con anterioridad en Souillac, en la plasmación iconográfica de la leyenda de Teófilo, quizás la única existente sobre esta temática. Dicha leyenda tiene su referente en Grecia, siendo traducida por Pablo el Diácono en el siglo IX. Es tal su éxito que incluso aparece reflejada en las Cantigas de Santa María (Cantiga III, 17).
El sonido diabólico
En el románico nos encontramos con un notable corpus iconográfico demonizando a la música popular (que no la música litúrgica) puesto que lo único que hacía era conducir a pasiones irracionales (llevaba al mal). A este respecto en un capitel de la Magdalena de Vézelay aparece un individuo tocando y el diablo con el pelo de punta a su lado. También en el interior de la catedral de Jaca, aunque en este caso son los propios diablos los que tocan instrumentos populares clásicos (doble flauta). Frente a esto cabe decir que la música positiva, litúrgica se asociaba con la iconografía del rey David.
Texto: Rafael F. Fuentes
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La leyenda deTeófilo
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