
Las reliquias de la Santa Fe se encontraban en origen en la población de Agen, siendo trasladadas a la abadía de Conques entre finales del siglo IX y comienzos del X. Precisamente en la iglesia de Agen se encuentra Cristo en su mandorla franqueado por San Caprasio y la Santa Fe, a quienes corona.
De vuelta a la iglesia de la Santa Fe de Conques en ella se encuentra la famosa estatua relicario de la santa, una de las obras de orfebrería medieval más impactantes. Esta obra es muestra del “culto vivo”, puesto que está formada por un alma de madera forrada de oro y completada con exvotos tales como medallones, camafeos romanos… (se trata de una pieza que se ha ido elaborando progresivamente a través de añadidos).
La hagiografía de la Santa Fe fue escrita a comienzos del siglo XI. Además durante el abadiato de Odolric (1030-65) se escribió un poema laudatorio en el cual se hablaba de la capacidad taumatúrgica de la santa, de su integridad moral, de sus virtudes, etc.
La iglesia de la Santa Fe de Conques tuvo un proceso constructivo muy lento, con muchos cambios de dirección en las obras. Como iglesia abacial que era tenía un claustro y dependencias en el lado sur. Por lo que respecta a la fachada (reconstruida en parte en época moderna) destaca por su gran desnudez, por su austeridad. Ésta es tal que ni siquiera se trabajan los laterales, quedando toda la figuración reducida al tímpano en una época en la que precisamente se está experimentando con este elemento como soporte iconográfico. Desde el punto de vista cronológico hay problemas para establecer una datación de la iconografía del tímpano:
- abad Bégon III (1087-1107)? Antiguo escriba de la abadía. Conocimientos profundos sobre la historia/leyenda de la abadía. Apogeo económico de la institución
- abad Bonifacio (1107-25)?
En cualquier caso en el tímpano de Conques vamos a ver por una parte un profundo conocimiento de los valores del cristianismo junto a una presencia notable de cuestiones puramente locales (de lo universal a lo local).
La chambrana exterior es el único soporte, a excepción del tímpano, que tiene figuración. Es casi un marginalia: individuos asomándose a lo que parecen las ondulaciones de una larga filacteria. Esto era algo habitual en los manuscritos pero no en las portadas pétreas.
Si nos vamos al tímpano se representa en él en tema del Juicio Final. Es importante destacar la existencia de un enorme corpus epigráfico. En la izquierda del Pantocrátor aparece un libro abierto con un pasaje del Apocalipsis en el que se manifiesta que el tiempo ha llegado a su fin (“el libro de la vida es sellado”). También se muestra la cruz, asociada con el culto a las reliquias. Y es que la abadía de Conques se vanagloriaba de albergar reliquias procedentes del lignum crucis. A este respecto existe un altar portátil de Bégon III (ca. 1100) en cuyo interior estarían las reliquias de la Santa Cruz, tal y como se manifiesta en una inscripción contenida en dicho altar. Sobre la figura del Pantocrátor una serie de epígrafes hacen referencia a los instrumentos de la Pasión (a la cruz, a la lanza, a los clavos…), instrumentos que por otra parte son portados también por ángeles. En este tímpano se percibe una intensificación ornamental notabilísima (casi se podría hablar de horror vacui). Cristo eleva el brazo en el lado de los bienaventurados (derecha), mientras que lo baja en la parte de los condenados (izquierda).
Muy interesante es el esquema narrativo que sigue el tímpano. El punto de arranque se sitúa en la escena de la Psicostasis, desde la cual se abren dos caminos ascendentes: uno hacia el Paraíso (o espacio de los bienaventurados) y otro hacia el infierno (o espacio de los condenados). Finalmente estas dos vías narrativas convergen en el Pantocrátor.
En la parte superior a la derecha de Cristo se puede apreciar una comitiva de bienaventurados. En primer lugar aparece María y detrás de ella San Pedro. En un menor tamaño aparece un tercer individuo, identificado habitualmente como el eremita Dadón, fundador de la abadía. A continuación un abad, posiblemente Begón u Odorico (vemos así como se introduciría la historia local de la abadía). Seguidamente se representa a un rey el cual se suele identificar con la figura de Carlomagno, estereotipo del buen gobernante que apoya a la Iglesia (idea de prestigio; recordemos que esta abadía se funda bajo su gobierno). Junto a estos personajes se disponen otros sin identificar, posiblemente gente que de forma genérica se aproxima al Paraíso. Acompañando a todo ello la inscripción “Da comienzo la asamblea de los santos mientras Cristo juzga” (“SANTORVM ELVS STAT XPISTO IVDICE LETVS”). Cuatro ángeles sujetan filacterias con las cuatro virtudes teologales: Fe, Esperanza, Caridad y Humildad.
Junto a la escena de la Psicostasis vemos cómo tras este juicio de las almas los bienaventurados se introducen por las puertas del Cielo, pasando a una serie de arcuaciones. Uno de los intercolumnios se aprovecha precisamente para introducir las puertas del Cielo, recreadas con una gran precisión, distinguiéndose incluso los herrajes (se trata de incidir en el hecho de que es una puerta que se va a cerrar). Casi como anécdota cabe destacar que la puerta del Cielo tiene en su parte superior forma circular (símbolo de la dimensión celeste), mientras que la puerta del infierno es cuadrada (símbolo de lo terrestre).
En el eje de la estructura arquitectónica formada por la sucesión de arcos se sitúa la representación del seno de Abraham (Abraham acogiendo a los bienaventurados en su regazo): se trata del umbral del Paraíso, una iconografía presente también por ejemplo en Moissac o en San Miguel de Estella. Luego, de derecha a izquierda tenemos la representación de: mujeres sabias – santas mujeres – mártires - Abraham y Santos Inocentes – profetas – mártires. En la parte superior de esos arcos se distinguen lámparas de aceite colgadas, introduciéndose así la luz como elemento metafísico dentro del Paraíso. Con respecto a la presencia de la parábola de las vírgenes necias y de las vírgenes prudentes, nos remite a Mateo 25, 1-13. Iconograma muy frecuente con él se incide en la cuestión de estar alerta, porque si uno no tiene el espíritu en condiciones adecuadas las puertas se pueden cerrar.
Sobre el espacio arquitectónico anterior, casi en una zona marginal se nos muestra la representación de la Santa Fe. Tras ella una serie de arcos simbolizarían la estructura arquitectónica que tenemos delante. Se distingue el altar, el cáliz y los grilletes de aquellos que a modo de exvotos querían a agradecerle a la Santa Fe su liberación (la Santa Fe tenía por “especialidad” la liberación de cautivos). La propia Santa Fe se representa recién levantada del sitial para postrarse ante la mano de Dios, que la bendice como santa. Así pues vemos como de nuevo se introducen en medio de valores universales temas locales. Cabe decir en este punto que la expansión del culto a la Santa Fe era enorme. En este sentido por ejemplo una capilla de la girola de la catedral de Santiago tenía reliquias de la referida santa, capilla por otra parte en uno de cuyos capiteles se encontraba representado el momento previo al martirio de la Santa Fe (episodio tomado de la hagiografía de la Santa Fe).
Volviendo al tímpano de la Santa Fe de Conques vemos antes de traspasar las puertas del Cielo al arcángel San Miguel llevando a los bienaventurados. Uno de ellos ve con horror como otros no se libran, siendo golpeados al otro lado los condenados por un demonio provisto de una maza. Ese juego de miradas y gestos ayudan a acentuar mucho más el impacto visual, a enfatizar el mensaje que se quiere transmitir.
En los extremos del registro superior aparecen los ángeles trompeteros, elementos iconográficos consustanciales a la representación del Apocalipsis, del Juicio Final. Podemos decir que es el “sonido” del fin de los tiempos. En este sentido en Apocalipsis 8,2 se nos dice: “Vi siete ángeles en pie delante de Dios: les entregaron siete trompetas”.
Si nos centramos exclusivamente en la escena de la Psicostasis, ésta supone el arranque de la narración plasmada en el tímpano de Conques. Hacia el del infierno el diablo intenta con el dedo inclinar la balanza hacia su lado para llevarse las almas consigo. Cabe decir que en función del juicio el alma podía ir hacia un lado o hacia el otro. Una vez producido el juicio los condenados caen hacia el lado del infierno, siendo introducidos en la boca de Leviatán (un iconograma muy expandido en el románico) por un diablo con pelo pincho que los golpea. Un epigrama nos dice: “Los hombres perversos son arrojados al Tártaro”. La palabra “Tártaro” responde a la geografía infernal y su origen se encuentra en la Ilíada (VII, 10-17), aunque también II Pedro habla del Tártaro en 2, 1-5. Pues bien, en Conques el primero que cae al Tártaro o infierno de cabeza es un caballero armado con su caballo, lo que supone un aviso a los poderosos. El hecho de que caiga de cabeza se descodifica como la plasmación de la condena de la soberbia, de la altivez . A continuación se nos muestra la personificación de la lujuria a través del iconograma de la mujer con serpientes. Seguidamente aparece un individuo tumbado, con los pies de Satanás sobre él, iconograma que suele ser identificado como la pereza (aquel ser que no hace absolutamente nada). Más adelante se representa la avaricia (o Judas) a través de un individuo colgado y provisto de una bolsa. Finalmente la calumnia, una imagen interesante puesto que se advierte la presencia de un individuo al que se le está arrancando la lengua (es la plasmación del pecado de la palabra). Sobre la estructura arquitectónica del infierno, casi en una posición simétrica con respecto a la imagen de la Santa Fe, se nos vuelve a mostrar un episodio particular de la historia de Conques: se trata de la caza furtiva. A este respecto en la documentación de Conques se recogen varios pasajes en los que se denuncia la caza furtiva realizada por distintos individuos en el coto del monasterio. En el tímpano y como referencia a este tema aparece un hombre que está siendo asado por una liebre demoníaca (es el “cazador cazado”).
En la parte superior, separando el infierno de la zona en la que se encuentra Cristo, aparece un parapeto de arcángeles ataviados con ropajes militares, provistos de escudos y espadas, casi en un guiño a la batalla final entre el bien y el mal. Junto a éstos se dispone todo un maremágnum de tormentos. Así pues una de las escenas se sitúa en una ceca, en una clara referencia a la falsificación de moneda; es por ello que un demonio da de beber al falsificador el metal líquido, fundido. Otro de los tormentos es aquel que se identifica con la gula, representado aquí a través de un individuo cabeza abajo para que expulse todo lo que ha comido. Una escena muy interesante dentro de este ámbito es aquella en la que aparece un monje benedictino, tonsurado y con el hábito. Éste se suele identificar con el mal monje. En este sentido hay un episodio en el monasterio por el cual un abad usurpa el puesto a otro, hecho ocurrido durante los mandatos de Esteban y Bégon II. Debajo aparece un rey desnudo pero coronado, con gesto de dolor: se trata del mal rey (en un claro paralelismo con la escena del mal monje).
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